Logo serendipity

Hasta 6 meses sin intereses con formas de pago participantes

Masculinidades: la emergencia de nuevos sujetos en la trama socio-política

Claudio Robles; Pamela Rearte; Sandra Robledo; Mariel González; Florencia Santoriello; Martín Yovan Fecha de presentación: 19/04/19 | Fecha de aceptación: 30/06/19

Este artículo recoge parte del marco teórico de nuestra investigación titulada «Nuevas masculinidades. Orígenes y perspectivas de las organizaciones de varones antipatriarcales», del Programa de Profesores de Investigación (PROINCE). La investigación se desarrolla en la Universidad Nacional de La Matanza, financiada por esta Universidad, se encuentra acreditada por el Ministerio de Educación de la Nación y en proceso de ejecución por un equipo integrado en su totalidad por trabajadoras/es sociales.

El feminismo ha contribuido no sólo a instalar un profundo debate teórico sobre la igualdad de los géneros, sino que ha permitido además llevar a la práctica novedosas transformaciones en esta materia; el estudio de las llamadas nuevas masculinidades es una de ellas. La indagación de los procesos de construcción de nuevas masculinidades se enmarca teóricamente en los estudios antipatriarcales, que postulan nuevas formas que asumen las masculinidades en la actualidad y que entienden el carácter arbitrario y contingente del principio de la diferencia entre lo masculino y lo femenino.

El carácter cultural de la construcción de las masculinidades exige alejarnos de perspectivas naturalistas, heteronormativas e inmutables, para pensar nuevas y diversas formas de ser varón, que incluyan el cuestionamiento de los privilegios otorgados por el patriarcado a los varones por su sola condición de tales.

El texto aborda, entre otras, las categorías de patriarcado, masculinidad hegemónica: sus mandatos y sus riesgos, nuevas masculinidades, la validación homosocial de la masculinidad, la idea de “nuevos hombres buenos” como apuesta política por una ética liberadora.

PALABRAS CLAVE
  • Patriarcado
  • Nuevas masculinidades
  • Géneros
  • Varones antipatriarcales

Introducción

La indagación de los procesos de construcción de nuevas masculinidades se enmarca teóricamente en los estudios antipatriarcales, que postulan nuevas formas que asumen las masculinidades en la actualidad y que entienden el carácter arbitrario y contingente del principio de la diferencia entre lo masculino y lo femenino. Etimológicamente, el término patriarca proviene del latín y éste del griego patriarches, donde patria significa descendencia, familia, y arche, mandar. La existencia de un patriarca, autoridad máxima de una familia, supone el dominio de éste sobre la mujer y las/os hijas/os.

Hoy podemos reconocer al patriarcado como un sistema de dominación de varones por sobre las mujeres; siendo los primeros quienes, como grupo social y en forma individual y colectiva oprimen a las mujeres, también en forma individual y colectiva, y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia (Fontenla, 2008). El feminismo ha contribuido no sólo a instalar un profundo debate teórico sobre la igualdad de los géneros, sino que ha permitido además llevar a la práctica novedosas transformaciones en esta materia; el estudio de las llamadas nuevas masculinidades es una de ellas.

La indagación de los procesos de construcción de nuevas masculinidades se enmarca teóricamente en los estudios antipatriarcales, que postulan nuevas formas que asumen las masculinidades en la actualidad y que entienden el carácter arbitrario y contingente del principio de la diferencia entre lo masculino y lo femenino.

Al abordar la temática de las nuevas masculinidades resulta indispensable hacer referencia al patriarcado en tanto sistema de dominación del que se desprende el tema convocante. Existen numerosos estudios que brindan aproximaciones respecto a su creación, reproducción y perpetuación. Distintas corrientes han analizado el tema, a partir de lo cual surgen algunos interrogantes en relación al fin del patriarcado: ¿se puede erradicar?, ¿se podrán generar transformaciones sociales y culturales que permitan obtener otra visión del mundo que no sea a través de una mirada androcéntrica y heteronormativa? Tomando una expresión metafórica de los movimientos feministas ¿se podrá dar muerte al macho?
El camino en la búsqueda de respuestas situadas nos desafía a reconocer que, como señala Bacete (2018):

Ser hombre o mujer es una invención humana —una construcción y no un destino— que ha sido creada en base a los valores dominantes de una determinada época, por lo que puede (y debe) transformarse.

Masculinidad. Masculinidades. Nuevas masculinidades.

Abordar la temática de las masculinidades obliga a realizar una primera conceptualización acerca de esta categoría, lo que permitirá una mayor comprensión del fenómeno. Ello es así dada la vastedad de categorías que circulan alrededor de lo masculino: masculinidad, masculinidades — varón, hombre, macho— que atraviesan de manera explícita su abordaje. La semántica lingüística de la categoría hombre como sinónimo de varón resulta cuestionable, toda vez que en la historia se la ha utilizado (y se la sigue usando) como genérico de persona, lo cual resulta a todas luces inaceptable. Por ello, su uso sólo debería aplicarse cuando se hace referencia al género masculino. El término hombre, en tanto, no suele aplicarse a los varones que son niños, mientras que la categoría varón es definida por la Real Academia Española (RAE) como la “persona del sexo masculino”, describiendo que hombre es el “ser animado racional, varón o mujer”, lo que da cuenta de la inaceptabilidad de ciertas prescripciones de esta organización mundial de la lengua española —que cuestiona, por ejemplo, la utilización de lenguaje inclusivo—.

En tanto, la expresión “macho”, en cambio, alude al “animal de sexo masculino”, por lo que claramente su uso no debería resultar aplicable al género humano, y vuelve por tanto aún más comprensible la consigna “matar al macho” que levanta no sólo el feminismo sino las propias organizaciones de varones no hegemónicos.

El macho, en tanto supuesta criatura de la especie humana de agresividad innata, es el miembro dominante y más fuerte de la especie y con mayores capacidades reproductoras y de protección de la cría.

Como señala Burin (2009), este principio naturalista y de determinismo biológico contrasta con investigaciones que han demostrado que no necesariamente los varones más fuertes tienen mejores capacidades reproductoras, y tampoco protegen mejor a su cría.

La RAE enuncia que la palabra “varón”, en español, deriva del latín varo (“valiente”, “esforzado”), muy probablemente relacionada con vir (“varón”, “héroe”) bajo la influencia del germánico baro (“hombre libre”).

Estas acepciones ponen en evidencia la connotación de superioridad que atraviesa esta denominación, máxime si se la compara con el origen de la palabra mujer, que derivaría del latín mulier, y estaría vinculada a la noción de aquello que es blando.

Desde una perspectiva sociocultural, si algo se desprende con claridad de la lectura de los diversos autores que abordan el tema es que no resulta posible aludir a la masculinidad en singular ya que son variadas las formas en que las masculinidades (en plural) se expresan. Por lo tanto, debemos aceptar que nos encontramos frente a una categoría polisémica que exige el máximo de precisión conceptual.

O como sostiene Azamar Cruz (2015):

[...] como masculinidades. En plural porque, así como la masculinidad no es una condición inherente al cuerpo del varón, tampoco es una sola ni inmutable ni constante, sino que es una construcción cultural, con matices y fisuras, cambiante y múltiple.

En la misma línea y siguiendo a Olavarría (2003), para muchos varones la forma dominante de ser hombre, la que ha hegemonizado la masculinidad, resulta lejana y ajena a sus vivencias y contradice lo que quisieran ser y hacer. Si otrora ello generaba culpa por no adaptarse a los mandatos —señala el autor— hoy además produce vergüenza. De ahí que la institucionalidad que legitimaba y sigue legitimando este tipo de relaciones de género y de masculinidad, pasa a ser cuestionada crecientemente. La lucha ideológica y el enfrentamiento cultural están en la discusión diaria. El debate entre posiciones conservadoras que tratan de mantener el orden tradicional y las posiciones progresistas que fomentan el desarrollo de la ciudadanía, la participación y la transparencia en un proceso democrático, está presente (Olavarría, 2003).

En los años 80 se inicia en las ciencias sociales y en Latinoamérica, de manera sistemática y acumulativa, la investigación sobre los hombres como objeto de estudio. Sus cuerpos, subjetividades, comportamientos y aquello denominado “lo masculino” es sometido a escrutinio científico. Se comienza a deconstruir la masculinidad, a desnaturalizarla (Olavarría, 2003).

Los estudios aportaron elementos empíricos valiosos sobre la masculinidad y las diferencias regionales-culturales en la construcción de identidades masculinas y relaciones de género (Hernández, 2008). Los distintos estudios coinciden al analizar la producción de la masculinidad e identidad masculina en relación al llamado “modelo de masculinidad hegemónica” o “modelo normativo de masculinidad”.


Para Ochoa Olguín (2008), los estudios sobre la construcción social de las masculinidades ya se habían desarrollado durante los años 70, como expresión del avance de la teoría feminista. En la década de los ‘90 es Michael Kimmel quien reconoce la contribución feminista, en cuanto pone en evidencia la categoría de género como uno de los principales pilares sobre los que se organiza la vida social. De esta manera, el género ingresa junto con la clase y la etnia a formar parte de los principales aspectos analíticos en la investigación de la realidad social (Ochoa Olguín, 2008). Es este autor quien sostiene que, a nivel latinoamericano, el surgimiento del tema de investigación se dio paralelamente al desarrollo de grupos de hombres interesados en transformar sus prácticas en las relaciones de género, por considerar que éstas eran fuente de opresión e insatisfacción no solo para las mujeres sino para ellos mismos.

También Tellez y Verdú (2011) describen que en los años ‘70 se constituyeron en Estados Unidos los primeros grupos de hombres para reflexionar acerca de la masculinidad; en los 80’ ocurrió lo propio en España, y en 2001 surge en Málaga la primera Asociación de Hombres por la Igualdad, AHIGE. Todos ellos motivados por producir cambios respecto de la masculinidad hegemónica y patriarcal.

Como señala Olavarría (2003), las publicaciones de carácter académico con mayor edición que han tenido como objeto de estudio a los hombres y las masculinidades en América Latina y el Caribe a partir de 1990, se sitúan en Chile, México, Brasil, Perú, Estados Unidos y Argentina.

En materia de identidades masculinas, la atención de los estudios se centra en cómo los hombres construyen su masculinidad y cómo se asocia ésta con la sexualidad, la reproducción, la paternidad, el trabajo y la violencia.

Agrega el autor que existe en estos estudios un amplio acuerdo en torno a que la masculinidad no puede ser definida por fuera del contexto socioeconómico, cultural e histórico en que están insertos los varones, y que ésta es una construcción cultural que se reproduce socialmente.

El relevamiento realizado por Hernández (2008) le permite afirmar que los estudios sobre los hombres en América Latina han propuesto superar la noción de masculinidad y suplirla por la de masculinidades, reconociendo la diversidad de experiencias e identidades de los hombres, y los riesgos de una perspectiva esencialista que encierre a todos ellos en una sola identidad. A partir de esta premisa teórica, los estudios señalan que, si bien el análisis de clase es importante para el estudio de masculinidades, éste debe integrarse con otras dimensiones como son la generación, etnia y región, para alcanzar una comprensión de las mutuas influencias de todos y cada uno de los cambios que se están dando en los hombres y en las identidades masculinas.

Los años 90 hicieron necesario reflexionar acerca de la masculinidad, ya que quienes no encajaban en los estándares de la masculinidad hegemónica quedaban marginados. Ello, por cuanto la masculinidad hegemónica responde a los patrones masculinos establecidos por el patriarcado, dominando el universo que define cómo ser hombre: autosuficiencia, despojo de expresiones afectivas –la afectividad es signo de debilidad–, heterosexualidad –el homosexual no es un verdadero hombre–, valentía –el miedo no es de hombres–; posición económico-social relevante –a mejor posición, mayor hombría–; fortaleza –resistir sin quejarse– y audacia –agresividad con valentía y decisión– (Ibarra Loyola y Díaz Báez, 2016)

Mientras las masculinidades “son los mandatos, roles, tareas y comportamientos que la sociedad relaciona, en un momento histórico determinado, con las diferentes formas de ser hombre, y que son enseñadas a los mismos a través de los distintos espacios de socialización” (Huberman, 2012:12), la masculinidad hegemónica o dominante:

Es la manera en que se les enseña a los hombres cómo deben comportarse, qué tienen que pensar y cómo tienen que manejar los sentimientos [...] son mensajes, mandatos y roles que incorporan (in-corpore, es decir, portan en sus cuerpos) desde que nacen y durante todos los días de sus vidas, a través de los distintos procesos de socialización y que buscan mantener el dominio y los privilegios masculinos. (p.12)

Kimmel (1997) entiende que no todas las masculinidades son iguales, pero que pese a ello existe una definición de hombría que actúa como parámetro aspiracional y estándar para medir la virilidad de otros hombres: blanco, adulto joven, heterosexual y de clase media. Sostiene que “La definición hegemónica de la virilidad es un hombre en el poder, un hombre con poder, y un hombre de poder. Igualamos la masculinidad con ser fuerte, exitoso, capaz, confiable, y ostentando control. Las propias definiciones de virilidad que hemos desarrollado en nuestra cultura perpetúan el poder que unos hombres tienen sobre otros, y que los hombres tienen sobre las mujeres” (p. 51).
Para Kimmel, esta masculinidad hegemónica implica:

La búsqueda del hombre individual para acumular aquellos símbolos culturales que denotan virilidad, señales de que él lo ha logrado (ser hombre). Se trata de esas normas que son usadas contra las mujeres para impedir su inclusión en la vida pública y su confinamiento a la devaluada esfera privada [...] para mantener el poder efectivo que los hombres tienen sobre las mujeres y que algunos hombres tienen sobre otros hombres.

¿Te gustaría seguir leyendo este artículo?

Descárgalo completamente GRATIS dando clic en el siguiente botón:
También te puede interesar
0
0