Carlos Miranda Videgaray | Antropólogo
Introducción
La vejez como categoría social está rodeada de fronteras intangibles e irregulares; es una categoría difícil de asir, delimitar y nombrar.
¿Cuándo comienza?, ¿Cuáles son sus características?, ¿Se trata de algo físico-orgánico que se hace evidente ante una paulatina pérdida de capacidades instrumentales, orgánicas y mentales?; ¿Es tan solo algo biológico, una suerte de programación genética que contiene información que lleva a nuestras células a su envejecimiento y muerte?;
¿Es una cuestión cronológica de tiempo y edad? y, de ser así, ¿cuándo comienza, a los 45, a los 50, a los 60 años? (Carlos V murió a los 47 años y era considerado ya como un anciano) o bien, como lo señala Goerges Minois (1987), la vejez ¿es meramente una construcción de la historia?
Cuando llegamos a esta etapa de la vida a qué estamos haciendo referencia, ¿se tiene la vejez del alma, la del cuerpo, de la mente o la del corazón?
Me parece que es la combinación de todo ello, se trata de un archipiélago de realidades físicas-biológicas-psicológicas-sociales-culturales, de ahí lo complejo de encasillarla, como se ha pretendido hacer, a partir de criterios tan arbitrarios como lo es el de la edad, que considera tan solo una de sus aristas y que, por cierto, evidentemente no es la más significativa.
En donde sí hay un consenso (y la pandemia del Covid-19 lo evidenció con toda claridad) es que ser viejo se ha convertido en un elemento de discriminación edadísta, también reconocido como viejismo (ageism), en donde un sector creciente de la población está siendo excluido, invisibilizado y desatendido tan solo por su edad.
Alguna vez leí en un texto que los momentos políticos producen escritos teóricos y en este sentido, a mi parecer, el proceso de envejecimiento que estamos viviendo, más que una transición demográfica, se ha configurado como un momento político en el que hay una clara lucha de poderes generacionales, que tiene como arena un sistema que desecha de manera franca a las personas que considera como viejas y para ello recurre, entre otros poderosos recursos, a la construcción de un discurso/narrativa que yo denomino como pedagogía de la vejez, cuyos contenidos están dirigidos a legitimar la desvalorización de este creciente sector de la sociedad y a reforzar estigmas y estereotipos negativos con relación al envejecimiento.
Indagando en diversas fuentes para hacerme de elementos teóricos que me permitieran consolidar mi idea respecto a la existencia de esta pedagogía de la vejez, me he encontrado con que en gerontología este término es empleado para hacer referencia a una gerología, en donde la pedagogía y lo pedagógico están pensados en el sentido instrumentalista de la enseñanza y transmisión del saber, limitadas al campo de la educación o los espacios escolarizados.